- […] Pero, ¿sabes lo más curioso de Europa?
- ¿Qué?
- Pequeñas diferencias. También ellos tienen la misma mierda que aquí, pero… hay algunas diferencias.
- ¿Por ejemplo?
- Pues puedes meterte en cualquier cine de Ámsterdam y tomarte una cerveza. Y no hablo de una cerveza en un vaso de papel, hablo de una jarra de cerveza. Y en París puedes pedir cerveza en el McDonald’s. ¿Y sabes cómo llaman al cuarto de libra con queso en París?
- ¿No lo llaman cuarto de libra con queso?
- Utilizan el sistema métrico, no sabrían qué coño es un cuarto de libra.
- ¿Pues cómo lo llaman?
- Lo llaman una Royale con queso.
- Royale con queso [ríe].
- Si, así es.
- ¿Y cómo llaman al Big Mac?
- Un Big Mac es un Bic Mac pero lo llaman Le Big Mac.
- Le Big Mac. ¿Y cómo llaman al Whooper?
- No sé, no fui a ningún Burger King. ¿Y qué le ponen a las patatas fritas en Holanda en vez de ketchup?
- ¿Qué?
- Mayonesa.
- Joder.
- Les vi hacerlo macho, las bañan en esa mierda…
Este
diálogo, extraído de la película Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994) y
mundialmente conocido podría representar bastante bien la sensación de comparar
Berlín y Madrid. Es una ciudad (como Madrid), grande (como Madrid), capital del
país (como Madrid), es decir tiene la misma mierda que aquí, pero…hay
algunas diferencias.
En
Berlín la gente va más a su aire, se les deja hacer, se aplica aquello de vive
y deja vivir. ¿Anarquía? No. La gente sabe auto imponerse unos límites a la
vez que hace lo que más le apetece, así de simple. Aquí tenemos una filosofía
basada en la pillería y el ser más listillo que los demás, y por tanto en la
regulación y la delimitación de lo que se puede y no se puede hacer. ¿O es al
revés?
¿Somos
pillos porque nos limitan las libertades o tienen que prohibir porque nos
excedemos?
Probablemente
un poco de ambas versiones. Se puede intentar poner algún ejemplo concreto.
Imaginemos un parque en Madrid, da igual cuál: el Retiro, la Casa de Campo, el parque del
Río Manzanares… En general, cada cosa tiene un uso, que excluye de forma implícita
el resto de usos, es decir, las bicis van por un sitio y si van por otro se les
mira mal, el lago o el río es casi un adorno y si se te ocurre la idea de navegarlo
en una piragua, paga por ello, no vayas a traer la tuya (y eso si se puede).
¿Una barbacoa? ¡Ni se te ocurra! Si paseas al perro, que sea con correa…
En
Berlín los parques están vivos, son espacios útiles que se llenan en cuanto
luce un rayo de sol: bicis, patines, barbacoas, perros, niños, circuitos gratuitos
de minigolf, piraguas inflables por el Landwerkcanal, DJs que pinchan en un
claro del Hasenheide con la gente arremolinada alrededor… los ejemplos son
interminables.
Hay
más cosas, claro: cafés y bares abiertos con horarios desconocidos e
indeterminados, cocktails de espacios como galerías de arte que ofrecen bebida sin
licencia de bar, vendedores ambulantes de comidas por todas partes, mercadillos
en los que poner un mínimo puesto es gratis y uno no tan mínimo tiene un precio
que merece la pena (y no hace falta tener un conocido o pagar una licencia para que te autoricen), actuaciones
de grupos musicales por cualquier lado, perros y bicis que viajan en el metro
con billete y no pasa nada(¡oh, sacrilegio!), calles con árboles, aceras anchas
y espacio para la gente y no tanto para los coches que aquí lo invaden todo,
edificios abandonados a su suerte en los que se puede entrar a curiosear…yo qué
sé, podría pasarme horas enumerándolo todo y se me olvidarían cosas.
En
pocas palabras, la calidad de vida es mayor, los precios similares o menores,
los espacios públicos existen y son, de verdad, públicos, y no productos para
la especulación.
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